DE AGRI CULTURA. Marco Porcio Catón

DE AGRI CULTURA. Marco Porcio Catón (Estudio preliminar, traducción y notas de Amelia Castresana, Ed. Tecnos, Colección Clásicos del Pensamiento, Madrid, 2009).

En el marco de un proyecto de investigación que lleva por rúbrica «Competencia e innovación en el sector agroalimentario en Castilla y León» (SA265P20), no está de más dedicar una entrada de este blog al estudio que la profesora Amelia Castresana realizó hace ya algunos años sobre una de las obras más relevantes, por no decir la que más, que se han escrito a lo largo de la historia sobre la agricultura: el Tratado De agri cultura, de Marco Porcio Catón (Tusculo, 243 a. C.).

En atención a que De agri cultura es resultado directo de la personalidad de su autor, lo que se advierte, por ejemplo, con la presencia de capítulos dedicados a los cultos y ceremonias relacionadas con el campo, deviene obligado dedicar unas pocas líneas, acaso brevemente, a glosar su figura, antes de proceder propiamente a comentar el contenido de la obra.

De Catón («precavido») se sabe por Plutarco (Vidas paralelas, ed. textos.info, Menorca, 2017, pp. 489 y ss.) que fue uno de los políticos más influyentes en la Roma de su tiempo; orador poderoso y vehemente (“Delenda est Carthago”); de destacada elocuencia (“el Demóstenes romano”); moderado; cultivador de una vida seráfica, sencilla y frugal, que le llevaba a comer y beber lo mismo que sus esclavos (“aun en un cuarto es caro aquello que no se necesita”), y de mostrada probidad. Empero, al mismo tiempo que todo lo anterior, fue un acusador infatigable; inclemente hasta la crueldad e inexorable y tan duro en la prédica como en el ejercicio de la autoridad, lo que le llevó a ser demandado en cuarenta y cuatro ocasiones en procesos políticos (Plinio, Naturalis Historia, 8, 27, 100). Ejerció el cargo de Cónsul y celebró un triunfo.

Dicho lo anterior, si hay algo por lo que Catón será recordado ad eternum (adviértase que se le está rememorando en esta entrada de blog veintitrés siglos después de su muerte) es por el denuedo que mostró en que se respetaran las mores maiorum romanas más tradicionales, primero como Quaestor (204 a. C.) y después, aun sin encontrarse en edad provecta, como Censor (184 a. C.). Con nadie estuvieron nunca mejor custodiadas las costumbres romanas ligadas a la República que con Catón, de quien puede decirse hoy que fue su más fiel cerbero. El celo en el desempeño del cargo que por auténtica convicción mostró Catón no dejó de acarrearle agrias disputas con ilustres coetáneos suyos, coruscantes protagonistas de la vida pública romana de su tiempo (y de la historia universal), como el eximio Publio Cornelio Escipión “El Africano” (Roma, 20 de Junio de 236 a. C. ̶  Liternum, 3 de Diciembre de 183 a. C), con quien, por así decirlo y si se permite la expresión, “se las tuvo tiesas” a cuenta de la administración que este último hacía del dinero de la guerra. Catón definió en sus días los que, según él, constituían los valores de Roma, combatiendo sin réprobo descanso cualquier actitud pública o felonía que él entendía contrariaba a aquellos, procedieran estas de quien procedieran, por más que fuera el mismísimo Publio Cornelio Escipión. Puede decirse que la devoción y el ahínco que mostró Catón porque se respetaran las costumbres romanas terminó convirtiéndose en su caso en perdularia y oscura obsesión, viniendo a ser este otro ejemplo más que demuestra lo difícil que es en muchas ocasiones tomar decisiones en la vida (y en el Derecho), por lo estrecho que es el paso entre Escila y Caribdis.

Además de militar y político, Marco Porcio Catón fungió de escritor, siendo en el marco de esta actividad donde debe situarse su Tratado De agri cultura, que ha quedado para la historia como el primer libro con el que se inaugura la prosa latina. No ha de extrañar que Catón escribiera sobre el campo, aun como diletante, pues ello guarda coherencia con la predilección que siempre mostró por la vida campestre. Por Plutarco se conoce que a Catón le gustaba vivir en una hacienda que tenía situada fuera de la Urbs, aun cuando esta fuera modesta y sencilla, y que cuidaba personalmente de su llevanza diaria (cada mañana acudía al mercado a comprar lo que se necesitaba en esa jornada en función de los trabajos previstos, colaboraba en las labores que debían desarrollar los esclavos, cocinaba, etc.). El modo como Catón hizo del campo su forma de entender la vida da sentido a las palabras que se atribuyen a Cicerón (Arpino, 3 de enero de 106 a. C. ̶  Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.) cuando, aludiendo a las bondades que puede ofrecer el trato con la tierra, viene a decir que la agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre. Para el hombre es muy saludable la labor del campo, no sólo como un deber sino también por el placer (Catón el Viejo o de la vejez, 51-60, Ed. P.M.T. Editorial Tal-Vez, trad. Rosario Delicado Méndez).

En lo que respecta a De agri cultura, la obra se compone de ciento setenta capítulos, precedidos de un breve prefacio. Aunque Catón la escribió movido por un manifiesto espíritu docere deleitando, pues perseguía instruir en la llevanza de una finca, los capítulos no siguen ningún orden coherente de materias.

Comienza haciendo referencia a cuestiones que podrían denominarse de logística como, por ejemplo, lo que es preciso tener en cuenta cuando se va a adquirir un terreno, la necesidad de construir establos para los bueyes, en qué lugares se deben llevar a cabo los cultivos del campo, cómo hay que instalar el lagar y la despensa de aceite, cómo se construye un molino de aceite, los deberes del vílico (capataz, encargado), etc.

En medio de ese “caos” sistemático (Castresana, p. XVIII), seguidamente se tratan otros asuntos lópez más propiamente referidos a la tierra, como en qué lugar se deben plantar las higueras o los sauces, en qué época del año se debe hacer la siembra, cuándo está a punto el árbol maderable, cómo se conserva la uva madura, cómo hacer la siembra y el forraje para los bueyes, cuándo hacer la poda o el injerto de la vid, del olivo o de las higueras, la recolección de las aceitunas, etc. Con respecto a las personas que trabajan en el campo, Catón dedica capítulos a los deberes del guardián y del trasvasador, así como a la cantidad de comida y bebida que deben recibir diariamente los esclavos. En lo que hace a los animales, escribe sobre los medicamentos que deben dársele a los bueyes, los modos de evitar que desgasten sus cascos, cómo engordar las palomas, etc.

La traducción de la obra de Catón que realiza Amelia Castresana va precedida de un estudio preliminar a modo de epítome de la misma autora. El hecho de que en Castresana confluyeran las vertientes de jurista y filóloga hace que esta traducción sea de lectura fácil, debiendo destacarse de ella las cuantiosas notas a pie de página aclaratorias del texto de Catón que por momentos llegan a ocupar en la obra tanto o más espacio que la propia traducción.

Como se ha apuntado, la traducción va precedida de un extenso e intenso estudio preliminar suscrito por la misma autora (142 páginas, incluyendo la bibliografía), fiel reflejo, puede decirse también, de como eran sus clases. Este estudio preliminar, que está bien documentado e intercala fuentes clásicas y modernas, prepara al lector de manera óptima para la correcta comprensión de la posterior traducción del texto de Catón. Si se tiene en cuenta que el término “escipión” se utilizaba en Roma para designar al lazarillo o al cayado del que se servían los ciegos para andar, en ningún momento mejor que en este puede decirse con mayor tino que el estudio preliminar que realiza Castresana es perfecto “escipión” de la posterior traducción de la obra de Catón. Eso sí, conociendo la difícil relación personal que mantuvieron en vida Escipión y Catón, decir esto último de una obra en la que se traduce a Catón no puede hacerse sin dejar de esbozar una sonrisa.

El estudio preliminar de Castresana comienza aportando algunos datos generales sobre Catón y su obra, para pasar inmediatamente después a tratar la composición del libro del egregio escritor latino. Mantiene Castresana que el Tratado De agri cultura es un libro que ha interesado en ámbitos tan variados del conocimiento como la Filología, la Historia y el Derecho, por la relevancia de los datos e informaciones que suministra. En lo que al ámbito jurídico respecta, su interés reside en que con él se dan a conocer algunos de los elementos más característicos del tráfico jurídico del siglo II a. C. En concreto, señala la autora que “de esta obra debieron aprender los juristas romanos de finales de la República y principios del Imperio las formas originarias de ciertas prácticas negociales nuevas que facilitaban los intercambios habituales del mercado y garantizaban la seguridad jurídica de los mismos” (p. XV).

Al epígrafe destinado a comentar la composición de la obra le siguen otros que, como ya se ha dicho, preparan al autor para una mejor comprensión lo que se va encontrar con posterioridad: «La ordenación de la tierra», «El buen agricultor y el gobierno provechoso de la granja», «Aperos de labranza y maquinaria agrícola», «El vílico», «Dirección y control de las actividades agrícolas de la explotación», «Los formularios de Catón», «La adjudicación de los trabajos del campo. El arrendamiento de obra», «Los formularios de venta». En estos ocho epígrafes la autora va desgranando y analizando de modo transversal los ciento setenta capítulos de la obra de Catón, relacionándolos entre sí y contextualizándolos.

Sin duda alguna, la cuidada redacción que presenta el estudio preliminar, así como la completa documentación que contiene, reflejo del elevado discurso que siempre proponía Castresana, contribuyen definitivamente a que el ávido lector disfrute con cada una de las páginas de este excelente trabajo.

En Salamanca, a 4 de Julio de 2022.
Alfredo Batuecas Caletrío